En plena transición energética, una de las apuestas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es el uso del biometano, un combustible renovable producido a partir de residuos orgánicos que promete sustituir al gas fósil.
Redacción Mundo Agropecuario BET
Sin embargo, en regiones rurales de España, la instalación de plantas de biometanización ha generado una creciente oleada de rechazo vecinal, justamente por lo que no se suele ver — el olor, el tránsito de camiones, la percepción de que se “importe” basura de otras zonas. Esta tensión entre objetivo climático y calidad de vida local marca un nuevo desafío en el mundo agroindustrial.
Biometano: qué es y por qué se promueve
El biometano se obtiene al procesar residuos orgánicos (estiércoles, purines, lodos de depuradora, restos agrícolas) mediante digestión anaerobia, lo que genera biogás y, tras su purificación, biometano listo para inyectarse en la red de gas natural o utilizarse como combustible. En el discurso oficial, esta tecnología cumple varios roles deseados: reduce emisiones de metano (potente gas de efecto invernadero), aprovecha residuos que de otra forma podrían generar contaminación, y promueve energías renovables al disminuir la dependencia del gas fósil.
En España, la asociación del sector informó de que existen actualmente 14 plantas de biometano operativas y se espera que suban a 25 durante 2025, con otras 200 en trámite de autorización. Esta proyección pone de relieve el acelerado impulso al biometano en el territorio nacional.
Pero… ¿por qué la “rebeldía” de los pueblos?
Aunque la tecnología aparece como limpia y prometedora, su implantación en zonas rurales ha chocado con la vida cotidiana de algunas comunidades. Los principales focos de conflicto están en localidades como Casasbuenas (Toledo) y Juzbado (Soria), donde vecinos registran decenas o cientos de denuncias por olores intensos, molestias reiteradas, tránsito pesado de camiones y sensación de ser receptores de residuos de otras zonas.
El alcalde de Casasbuenas, por ejemplo, señala que hay “180 denuncias vecinales” acumuladas contra los olores de la planta cercana y advierte que los residentes han elevado el caso a la Fiscalía. Las quejas no provienen únicamente de molestias: existe el temor de que se repita el patrón de la “España vacía” que recibe macro-infraestructuras sin sopesar los efectos sociales y ambientales.
Factores clave detrás del rechazo rural
Ubicación y densidad de instalaciones: Una de las críticas es que varias plantas de biometano se instalan en espacios muy próximos entre sí o en zonas ya saturadas por actividades ganaderas o residuos agrícolas, lo que multiplica los impactos acumulados. “No se puede estar en contra de la tecnología, pero sí de que aparezcan tres proyectos en tres kilómetros cuadrados”, advierte un representante agrícola.
Gestión del digestato y residuos finales: Tras producir biometano, queda un residuo denominado digestato que contiene nitrógeno, fósforo, potasio y otros nutrientes. Si no se gestiona adecuadamente, puede convertirse en fuente de contaminación por nitratos o de malos olores. Expertos advierten que “las plantas no deberían generar olores siempre que se les exija la mejor tecnología”, pero muchas denuncias apuntan a lo contrario.
Sensación de “recibir residuos ajenos”: En algunos municipios se plantea que la planta no solo procesará los residuos locales, sino que reciba residuos de otras zonas, lo que plantea una cuestión de consentimiento de las comunidades. Algunos vecinos sienten que las infraestructuras energéticas se imponen sin consulta real.
Vínculo con macrogranjas y modelo de producción intensiva: Las asociaciones ecologistas advierten que el impulso del biometano puede convertirse en “efecto llamada” para nuevas explotaciones ganaderas intensivas que aporten purines para las plantas, generando más carga industrial en territorios rurales. El vínculo entre modelo ganadero-industrial y energía renovable añade una dimensión socio-económica al conflicto.
Implicaciones para el mundo agropecuario y la energía verde
Para los profesionales del sector agropecuario, la expansión del biometano representa una oportunidad adicional: valorizar residuos, diversificar ingresos y contribuir a la mitigación del cambio climático. Pero el rechazo social pone un freno si no se gestiona con sensibilidad territorial. Las implicaciones prácticas son varias:
- Las granjas y explotaciones que suministran residuos o purines a biometanizadoras deben asegurar que existe un planteamiento claro, que cumpla normas ambientales, que no genere externalidades negativas para la comunidad.
- Las plantas de biometano requieren un análisis de impacto realista: ubicación, tamaño, gestión de residuos, transporte, olores, participación ciudadana.
- Las políticas públicas que promueven el biometano deben acompañarse de garantías para las comunidades: transparencia, participación, vigilancia ambiental, procesos de autorización adecuados.
- Desde la perspectiva del cambio climático, que la tecnología funcione “bien” importa tanto como que se implante “mucho”: instalaciones mal ubicadas o mal gestionadas pueden erosionar la aceptación social de las energías renovables.
¿Qué camino seguir para compatibilizar tecnología, territorio y comunidad?
La clave está en un enfoque integrado y colaborativo, que tenga en cuenta no solo la eficiencia técnica del biometano, sino también su encaje territorial. Algunas recomendaciones podrían ser:
- Planificación territorial participada: los proyectos deben desarrollarse con consulta previa a las comunidades, considerar alternativas de ubicación y evaluar impactos más allá de la mera generación energética.
- Dimensionamiento adecuado: que la instalación sea coherente con los residuos disponibles localmente y que no se convierta en un polo que atraiga cargas desproporcionadas.
- Transparencia y vigilancia: que las empresas y las autoridades informen sobre volúmenes de residuos, procedencia, transporte, tratamiento de digestato y resultados reales de emisiones, olores y tráfico.
- Beneficios para la comunidad: las plantaciones de biometano pueden generar empleo, pagos al municipio o mejoras locales, lo que mejora la aceptación social.
- Gestión del digestato: asegurar que el residuo final se aplica con criterios agronómicos correctos o se reutiliza sin generar contaminación ni molestias.
La rebelión de los pueblos contra las plantas de biometano no es un rechazo a las energías verdes, sino una demanda de que la transición energética ocurra con justicia territorial y equilibrio socioambiental. El biometano puede ser una solución potente para el mundo agropecuario, pero su implementación debe hacerse respetando la voz de quienes viven en el territorio. Si no es así, la expansión de esta tecnología puede generar rechazo y empeorar la relación entre agricultura, energía y comunidad rural.
Para la industria agropecuaria, para las autoridades y para las empresas energéticas, la lección es clara: innovar también exige sensibilidad local. Y para el ciudadano, es una invitación a vigilar cómo se instala el futuro en su territorio.










