El arroz dorado nació como una prueba de concepto en una colaboración entre el Instituto Federal Suizo de Tecnología y la Universidad de Friburgo, y evolucionó hasta una segunda generación, la cual produce elevados niveles de β-caroteno, precursor de la vitamina A.

Esta versión, que produce incluso hasta 15 veces el contenido de caroteno que sus versiones previas, fue donada al Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI) para programas de mejoramiento público.
En 2019, Filipinas aprobó su consumo y en 2021 autorizó su producción comercial, iniciando la distribución en 2022 con la variedad Malusog 1. Sin embargo, una resolución judicial en 2024 suspendió temporalmente su uso, decisión que sigue en revisión por la Corte Suprema. Otros países como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos ya lo han evaluado y declarado seguro para consumo.
La evidencia científica muestra que, incluso con pérdidas poscosecha, el arroz dorado mantiene niveles adecuados de β-caroteno y que su adopción podría reducir en un 35% la insuficiencia de vitamina A en Bangladesh y hasta un 25% en Filipinas e Indonesia.
Los defensores del proyecto destacan que, tras 25 años, el arroz dorado se mantiene como una de las innovaciones más emblemáticas en biofortificación, con el potencial de ser una herramienta clave en la lucha contra la malnutrición y la deficiencia de vitamina A en la población.
Una revisión recientemente publicada en The Journal of Nutrition repasa y discute la historia del arroz dorado, la evidencia científica y desafíos, destacando su potencial como herramienta complementaria en la lucha contra la malnutrición.











