MOSHI, Tanzania – En los suelos abrasados por el sol de Moshi, en el norte de Tanzania, donde cada gota de lluvia cuenta, dos agricultoras han desafiado las probabilidades gracias a la tecnología. Mwajuma Rashid Njau y Mumii Rajabu, hasta hace poco agobiadas en su lucha diaria para sobrevivir, han encontrado en un teléfono móvil su mejor aliado.
Durante años, la agricultura fue un modo de vida que les costó dominar. Sus campos, un mosaico de tierra roja y cultivos marchitos, simbolizaban más la penuria que la prosperidad. Las plagas llegaban con las estaciones, la calidad del suelo se deterioraba y sus cosechas apenas daban para alimentar a sus familias.
Pero ahora, una sencilla aplicación -Kiazi Bora, se llama- lo ha cambiado todo para estas agricultoras de la zona rural de Moshi, en la región tanzana del Kilimanjaro, al pie del monte Kilimanjaro, en más elevado de África.
Una tarde sofocante, Njau estaba en su terreno, contemplando impotente las hileras de batatas marchitas asoladas por las plagas, cuando se dio cuenta de que las cosas podían ser diferentes. No tenía ni idea de cómo pararlo… hasta que abrió la aplicación Kiazi Bora en su teléfono.
«Esta aplicación lo ha cambiado todo», dice Njau, de 38 años, con una sonrisa cansada pero esperanzada. «No sabía por dónde empezar, pero ahora puedo consultar mi teléfono y me dice exactamente qué hacer, detalla.
Kiazi Bora significa «papas de calidad» en kiswahili, un idioma más conocido internacionalmente como suajilí o swahili.
Está diseñada específicamente para pequeños agricultores como Njau y Rajab, se centra en ayudarles a cultivar nutritivas batatas (Ipomoea batatas) de pulpa anaranjada para alimentar a sus familias y obtener ingresos.
La aplicación ofrece instrucciones sencillas sobre plantación y control de plagas a agricultores con escasa formación.
No se trata de una herramienta agrícola más, sino que la aplicación funcionaba con tecnología de voz de inteligencia artificial (IA) de última generación. Y, por primera vez, hablaba su idioma.
Crear Kiazi Bora no fue fácil. El kiswahili o suajilí es un idioma hablado por más de 200 millones de personas, especialmente en Tanzania, Kenia y países limítrofes. Presentaba retos únicos para los desarrolladores de IA. ¿Cuál era el problema? Simplemente no había suficientes datos de voz de alta calidad para entrenar a la tecnología.
«Uno de los mayores retos ha sido la disponibilidad de datos diversos y de alta calidad», afirma EM Lewis-Jong, director de Mozilla Common Voice, un proyecto mundial dedicado a hacer accesible la IA a los hablantes de lenguas infrarrepresentadas.
«El kiswahili es una lengua diversa con muchas variantes regionales, y nuestras herramientas están diseñadas principalmente para el inglés, lo que complica aún más las cosas», explica.
Para resolver este problema, SEE Africa, la organización sin ánimo de lucro que está detrás de Kiazi Bora, recurrió a la plataforma Mozilla Common Voice.
A diferencia de otros métodos de recopilación de datos de IA, que a menudo se basan en el raspado de las páginas web o en trabajadores subcontratados mal pagados, Common Voice aprovecha el poder de la comunidad.
«Usamos un modelo de crowdsourcing en el que la gente aporta voluntariamente sus datos de voz», explica Lewis-Jong. «Esto garantiza que los datos reflejen la verdadera diversidad de la lengua, incluidos los distintos acentos y dialectos», añade.
Este enfoque comunitario ya ha cosechado grandes éxitos.
En Tanzania, más de 300 mujeres utilizan ya la aplicación Kiazi Bora, que les proporciona conocimientos sobre cómo cultivar y comercializar sus cosechas.
«Estas mujeres aprenden en kiswahili, su lengua materna, lo que supone una gran diferencia», señala Gina Moape, que ejerce en Common Voice como su community manager o responsable de las redes sociales y el entorno digital.
Explica que «hemos visto de primera mano cómo el acceso a la información en su propia lengua mejora tanto su nutrición como su capacidad para participar en actividades económicas».
Pero Kiazi Bora es solo un ejemplo de cómo la tecnología de voz puede tener un impacto real.
Estos proyectos, dice Moape, reflejan una visión más amplia: democratizar la IA para que esté al servicio de todos, no solo de los hablantes de lenguas dominantes.
«Si la creación de datos se deja en manos de empresas con ánimo de lucro, muchas de las lenguas del mundo se quedarán atrás», afirma Lewis-Jong. «Queremos un mundo en el que la gente pueda crear los datos que necesita, capturando su lengua tal y como la experimenta», añade.
Por eso, dettalla, Mozilla Common Voice no es solo una herramienta, sino un movimiento. Su plataforma de código abierto permite a las comunidades recopilar y aportar datos de voz que cualquiera puede utilizar, fomentando la innovación local en toda África.
«Estamos especialmente entusiasmados con el potencial de las lenguas africanas», añade Lewis-Jong. «Nuestra visión a largo plazo es integrar más lenguas africanas en las tecnologías globales de reconocimiento de voz, y Common Voice es una parte fundamental para hacerlo realidad», añade.
Para Rajabu, de 42 años, que antes vivía en la incertidumbre, la aplicación fue una herramienta útil.
«Antes me sentía impotente», recuerda. «Cuando atacaban las plagas, me limitaba a ver cómo se marchitaban mis cultivos. Ahora puedo defenderme. Sé qué hacer», asegura.
Ambas mujeres han perfeccionado sus habilidades y mejorado el rendimiento de sus cultivos. La aplicación les enseñó a gestionar la salud del suelo, optimizar los calendarios de siembra y hacer frente a los brotes de plagas.
Sus batatas de pulpa anaranjada contrastan con la tierra polvorienta, signo de resistencia y renovación.
Las dos agricultoras, que estaban enredadas en un ciclo de pobreza, hablan ahora con orgullo de su éxito.
«Hemos aprendido a controlar nuestro futuro», dice Njau.
Gracias a Kiazi Bora, Njau y Rajaba han descubierto oportunidades para mejorar sus medios de subsistencia y salir de la pobreza.
Njau, que tuvo que abandonar la escuela cuando su familia se trasladó a una aldea remota, llama a la aplicación su «maestra».
«Nunca terminé la escuela, pero esta aplicación me ha enseñado todo lo que necesito saber sobre agricultura. Es como un profesor que siempre está ahí cuando lo necesito», explica.
Las funciones de voz en kiswahili facilitan su uso. «La aplicación me habla en un idioma que entiendo perfectamente», afirma Njau.
Gracias a la aplicación, Njau y Rajabu aprendieron a transformar las batatas en harina y pasteles, que alcanzan un precio de mercado más alto.
Rajabu explica: «No sabía que se podía hacer harina con las batatas ni que se podía vender por más dinero. Ahora tengo clientes que compran la harina porque dura más que las patatas frescas». Esta nueva habilidad les ha permitido a ellas y otras agricultoras tanzanas diversificar sus ingresos.
En solo un año, sus ingresos aumentaron de cero a 127 dólares al mes. Los ingresos extra les han permitido cuidar de sus familias, reinvertir en sus granjas y asegurarse un futuro mejor. «Con el dinero que he ganado, he podido enviar a mis hijos a la escuela e incluso ahorrar algo para emergencias», dice Njau.
Las batatas, conocidas también como boniatos o camotes, son ricas en vitaminas y han ayudado a combatir la desnutrición en sus comunidades.
Aunque ni Njau ni Rajabu tenían hijos con desnutrición, ambass conocían a familias que luchaban contra ella. Gracias a la aplicación, ahora entienden la importancia de incorporar las batatas anaranjadas que cosechan en sus comidas diarias para garantizar que sus hijos se mantengan sanos.
Rajabu no tardó en compartir la aplicación con sus familiares. «Se lo conté a mi hermana y ahora ella también cultiva estas batatas. Sus hijos están más sanos e incluso gana dinero vendiendo harina de batata», dice orgullosa.
Para ambas mujeres, la aplicación las ha empoderado como agricultoras, empresarias y líderes comunitarias. «Ahora me siento segura de mí misma», afirma Rajabu. «Esta aplicación ha cambiado mi vida y sé que puede ayudar a otras mujeres como yo», subraya.
Tanto Njau como Rajabu ven un inmenso potencial para que Kiazi Bora ayude a otras mujeres rurales. Abogan por ampliar la aplicación más allá del cultivo de batata para incluir otros cultivos como hortalizas y raíces comestibles, ya que esto podría diversificar aún más sus fuentes de ingresos y mejorar la seguridad alimentaria en sus comunidades.
«Las mujeres de las zonas rurales necesitamos esta tecnología», subraya Rajabu. «Necesitamos asegurarnos de que podemos alimentar a nuestras familias y obtener mejores ingresos», concluye.