El 5 de febrero de 1996 salió a la venta en Reino Unido el tomate concentrado elaborado con una variedad de tomate modificado genéticamente llamado FLAVR SAVR, un producto que se vendió en el país británico hasta 1999 en los supermercados Safeway y Sainsbury.
Fue el primer alimento transgénico comercializado en Europa. Esta variedad de tomate aguantaba más tiempo madura y retrasaba el momento en el que se ponía malo. Después de recolectados, estos tomates se mantenían en buen estado más tiempo que un tomate convencional. Se había inhibido la enzima responsable del ablandamiento del tomate maduro, lo que permitía recolectar y comercializar los frutos ya maduros.
Esta característica suponía una ventaja importante para la industria alimentaria, ya que se podía recolectar los tomates ya maduros, consiguiendo las mejores características de sabor. Debido a su bajo coste de producción, el precio de venta del concentrado de FLAVR SAVR era inferior y superó en ventas a los concentrados de tomate convencionales en muchos lugares. Las latas llevaban un etiquetado claro indicando que su contenido procedía de tomates modificados genéticamente, algo que no frenó al consumidor británico a comprarlo movido por su bajo precio.
Pero el gigante de los supermercados Tesco dijo que no ofrecería ese producto porque no ofrecía ningún beneficio adicional a los clientes, impidiendo su venta sin ningún argumento de salud o científico. Pero esta decisión dio pie a una campaña mediática que especuló sobre riesgos derivados del consumo de dicho concentrado de tomate. Bulos que se multiplicaron rápidamente y que redujeron drásticamente las ventas del producto, obligando a que se dejara de comercializar poco después.
El caso del tomate FLAVR SAVR fue la primera campaña contra la biotecnología agroalimentaria en la Unión Europea, que utilizó argumentos falsos y que, pese a que posteriormente se demostrara que no eran más que bulos, la sociedad ya había empezado a mirar con recelo esta tecnología. Este tomate dejó de comercializarse internacionalmente entre otras razones porque, pese a retardar su ablandamiento, su piel era más blanda de la de un tomate convencional. Esto creó problemas en el transporte en la cadena alimentaria, que contaba con sistemas hechos para tomates más verdes que tenían menos probabilidad de ser dañados.