por Luis Herrera Estrella
Dentro de su programa de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho referencia antes y después de la toma de posesión, a algunas acciones prioritarias para fortalecer el desarrollo agropecuario del país, como lo es: “Poner en marcha un nuevo modelo de financiamiento para la autosuficiencia alimentaria. Impulsar la innovación tecnológica y la asistencia técnica a ras de tierra para todas las unidades de producción agropecuaria(…) Lograr la soberanía alimentaria. Impulsar una agricultura basada en el conocimiento, fortaleciendo el sistema de innovación. Promover empresas productivas y sustentables vinculadas a las cadenas agrícolas de los mercados. Usar los recursos con enfoque sostenible para una agricultura resiliente”. Esto nos hacía suponer que se utilizaría todo el conocimiento científico y las tecnologías disponibles para llegar a una agricultura más sustentable y amigable al medio ambiente. Sin embargo, durante su discurso en la celebración de la toma de posesión en el Zócalo de la Ciudad de México enfatizó claramente: “No se permitirá la introducción y el uso de semillas transgénicas”.
Es interesante especular sobre la razón de una afirmación tan contundente. Será porque el presidente López Obrador es experto en el tema o por lo consejos de algunos miembros de su gabinete ampliado, que desde hace años se oponen fanáticamente al uso de los organismos genéticamente modificados (OGM). Dada su formación académica y ocupaciones, lo más probable es que la segunda opción sea la correcta.
¿Le habrán explicado claramente al Presidente qué es un OGM? ¿Los pros y contras de usarlos? ¿Le habrán dicho que muchos de los argumentos que usan los opositores de los OGM son infundados y, en algunos casos, francas mentiras? ¿Habrá escuchado las opiniones de los expertos a favor y en contra del uso de los OGM o sólo las palabras de quienes han mostrado una opinión sesgada e ignoran la valoración de quienes tienen ideas contrarias a las suyas? ¿Sabrá que hay miles de estudios que demuestran que los transgénicos no representan ningún peligro a la salud humana ni a la biodiversidad? ¿Sabrá que el uso de variedades de algodón OGM resistentes al ataque de los insectos ha disminuido el uso de insecticidas tóxicos y que, en países como China y la India, han disminuido las intoxicaciones y la incidencia de cáncer en los agricultores, causados por estos compuestos químicos nocivos? ¿Sabrá que un grupo de más de 100 premios Nobel apoya el uso de los transgénicos? ¿Que de hecho en México existe un grupo importante de científicos con capacidad de producir tecnologías propias para generar OGM que pueden jugar un papel importante en avanzar a una agricultura sustentable? ¿Le habrán informado que los cultivos OGM presentan un uso creciente y que en el 2017, 17 millones de agricultores alrededor del mundo los sembraron en más de 189 millones de hectáreas en 18 países diferentes? ¿Sabrá el Presidente que México siembra algodón, soya y canola transgénicos? Aunque en una escala minúscula comparada con Estados Unidos, Brasil, Argentina, China, India, Uruguay, Bolivia, Pakistán, Paraguay y Sudáfrica, que siembran cada uno más de un millón de hectáreas.
Por si no lo sabe o los asesores de su gabinete no lo informaron, las respuestas a todas estas preguntas las puede encontrar en un estupendo libro editado por el Dr. Francisco Bolívar Zapata (Premio Nacional de Ciencias, Premio Príncipe de Asturias y Profesor Emérito de la UNAM, entre muchos otros reconocimientos) con los auspicios de la UNAM, La Academia Mexicana de Ciencias, el Colegio Nacional y el Conacyt, que se titula «Los Transgénicos: beneficios, daños y mitos». Un texto con las referencias científicas que documentan la información clave que debería conocer el Ejecutivo.
Supongo que incluir la prohibición de los transgénicos entre las acciones prioritarias del programa de gobierno del presidente López Obrador es, al menos en parte, una estrategia para reducir la dependencia tecnológica hacia otros países en áreas estratégicas para el país, como lo es la producción de alimentos, específicamente de aquellas monopolizadas por empresas transnacionales. Seguramente, el Presidente sabe que en realidad la única manera de reducir esta dependencia es hacer nuestra propia investigación y desarrollos tecnológicos. También debe saber que México tiene la capacidad para hacerlo, que hay investigadores reconocidos internacionalmente por la calidad de su trabajo en esta materia, centros de investigadores de excelencia, y que para lograrlo hay que incrementar la inversión en ciencia y tecnología, NO reducirla, como sucedió en la asignación presupuestal 2019 al Conacyt, que se redujo en cerca del 14 por ciento, respecto al año pasado, en el que recibió el menor presupuesto del sexenio anterior.
La Dra. Elena Álvarez Buylla, actual directora del Conacyt, ha sido la más feroz oponente de los OGM en México. Asevera que los transgénicos causan cáncer y autismo, sin que exista evidencia científica que sustente sus dichos, en una actitud que ella misma ha calificado más como la de activista que como la de científica reconocida que ella es. A pesar de que los OGM, sin lugar a dudas, han disminuido las pérdidas causadas por las plagas tanto en el cultivo del maíz, como del algodón y, por ende, incrementado la productividad por hectárea, la doctora insiste en que los OGM son tecnología obsoleta y que no contribuyen a incrementar la productividad agrícola ni al desarrollo de una agricultura sustentable. ¿Acaso no sabrá que los transgénicos resistentes a plagas redujeron la aplicación de 28,000 toneladas de plaguicidas altamente tóxicos y mucho más carcinogénicos que el glifosato? ¿Sabrá el Presidente que Europa emplea el 45% del consumo anual de insecticidas a nivel mundial cuando se opone al uso de OGM resistentes a insectos?
Debo aclarar que sí coincido con ella en que la producción y comercialización de semillas OGM es controlada por unas cuantas empresas transnacionales y que es necesario hacer algo contra el modelo utilitario de esas empresas que sólo comercializan lo que les dé mayores ganancias. Por cierto, son las mismas empresas que controlan la comercialización del 90 por ciento de las semillas convencionales mejoradas usadas actualmente en el campo mexicano, es decir: maíz, chile, tomate y otros cultivos estratégicos para México, y cuyo monopolio no tiene nada que ver con los OGM.
Aclaro que la intención de este escrito no es polemizar con la nueva directora del Conacyt, y mucho menos con el presidente López Obrador, sino destacar dos tecnologías que ilustran claramente que los OGM no son obsoletos y que pueden permitir avances que ninguna otra tecnología podría lograr y que, por lo tanto, la política de no permitir la introducción y el uso de semillas transgénicas en el país es contraria al camino que México debería seguir.
La primera fue desarrollada por mi grupo de trabajo en el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad del Cinvestav, en Irapuato, y permite generar cultivos que requieren 50 por ciento menos fertilizantes para lograr una productividad óptima y no requieren de herbicidas para el control de las malezas. Mucho se ha comentado sobre el daño al medio ambiente y a la salud humana que causa el uso excesivo del glifosato, compuesto activo de la formulación para control de malezas usado en conjunto con los cultivos OGM comercializados por la mayoría de empresas que controlan las semillas de estos cultivos. Esta tecnología mexicana precisamente está diseñada para evitar el uso de dicho compuesto.
La segunda es una impresionante tecnología desarrollada por investigadores de la Universidad de Illinois, en los Estados Unidos, que incrementa la productividad de las plantas sin necesidad de aplicar ningún agroquímico adicional a las prácticas tradicionales de los agricultores. Este desarrollo biotecnológico claramente contradice lo dicho por la Dra. Álvarez Buylla de que los OGM “no contribuyen a incrementar la productividad de los cultivos”.
Se trata de un elegante y creativo trabajo que consiste en eliminar un problema causado por la naturaleza de las plantas clasificadas como C3, entre las que se encuentra el frijol, el chile, el arroz, la papa, el tomate, etc. Resulta que la enzima clave que permite el milagro de que las plantas se alimenten del dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera para producir almidón, grasas, vitaminas, ácidos nucleicos, etc., a veces, en lugar de utilizar CO2 para sintetizar azúcares, utiliza oxígeno (O2) y produce un compuesto tóxico llamado glicolato. Esta enzima no distingue entre CO2 y O2, y como el segundo es más abundante en la atmósfera, la planta lo usa, causándole hasta el 50 por ciento de pérdida del potencial de productividad. Para evitar la acumulación del glicolato, durante su evolución las plantas C3 adquirieron un ciclo de rescate llamado fotorrespiración, el cual es energéticamente muy costoso para la planta y reduce fuertemente su productividad.
Los investigadores de la Universidad de Illinois idearon un ciclo similar al de la fotorrespiración, pero de mucho menor costo para la planta. Usando tecnología de ingeniería genética, estos investigadores produjeron plantas OGM capaces de llevar a cabo este nuevo ciclo metabólico, con resultados espectaculares. Las plantas tienen un incremento del 40 por ciento en biomasa total, incluyendo la producción de semilla. Un incremento imposible de lograr por métodos convencionales de mejoramiento genético de los cultivos. Esta tecnología es en principio aplicable a todas las plantas tipo C3, incluidas muchas de las estratégicas para la seguridad alimentaria. No para el maíz, porque esa planta maravillosa encontró un camino muy efectivo, aunque mucho más complejo, para evitar los efectos negativos de la fotorrespiración.
La pregunta clave de todo esto es si se puede descartar el uso de tecnologías que pueden mejorar significativamente la productividad del campo reduciendo al mismo tiempo el impacto ecológico al usar 50 por ciento menos de fertilizantes y eliminando el uso de los herbicidas. Sobre todo, si como atinadamente lo ha dicho el Dr. Víctor Villalobos, Secretario de Agricultura, necesitamos producir más y mejores alimentos sin aumentar la superficie de cultivo.
Cabe mencionar que estas tecnologías, salvo en la mente de sus opositores, no sólo no tendrían ningún inconveniente para ser usadas con sistemas tradicionales de producción agrícola (incluida la milpa), sino que contribuirían a una agricultura sustentable.
La nueva directora del Conacyt ha expresado también su oposición a una nueva e increíble herramienta para el mejoramiento genético de las plantas, la edición de genes. En este sistema no se insertan genes nuevos ni se cambian de lugar genes propios de la planta, simplemente, como lo indica su nombre, se editan aquellos con un potencial impacto en la resistencia a las enfermedades o en la calidad del fruto o semilla. La idea básica es explorar la diversidad genética ya existente en cualquier cultivo, dígase maíz, frijol, chile o aguacate; encontrar las versiones de sus genes que favorecen la productividad, y en un proceso similar al de la naturaleza, pero mucho más rápido y eficiente, introducir una, dos, o más características positivas para el cultivo.
En esta tecnología no hay transgénicos ni cosas diferentes a las ya existentes en el mundo genético de un cultivo. Sin embargo, a pesar de generarse una variedad idéntica a la que se obtendría por métodos tradicionales, el uso de la biología molecular hace que esta tecnología tenga más opositores, inclusive, que los que están en contra de los OGM.
Sr. Presidente, sería altamente deseable que antes de tomar una decisión tan tajante, que puede afectar de manera importante a nuestra agricultura, consulte a expertos nacionales e internacionales que le muestren ambos lados de la historia, para que tenga usted una visión completa del tema y sus implicaciones. Es posible que la vocación de las exportaciones agrícolas de nuestro país sea para los productos orgánicos y, dado que por razones puramente comerciales el uso de los OGM en la agricultura orgánica no es permitido, no sea conveniente para la economía de nuestro país permitir su uso. Pero habría que llamar las cosas por su nombre y no escudar decisiones de este calibre en falsedades como que los alimentos OGM causan cáncer o autismo.
La preocupación sobre la política de Estado que va a tener el gobierno del presidente López Obrador no se limita a la prohibición de los cultivos OGM o del uso de la edición de genes, sino a los vagos y confusos principios con los que piensa la Dra. Álvarez Buylla regir su gestión como directora del Conacyt. Habla de desarrollar ciencia para proteger a la soberanía nacional, dice: “la ciencia y el conocimiento son universales, no nacionales”. Los mismos conocimientos en astronomía y en matemáticas, como el concepto del cero, generados por los mayas son de aplicación universal y nada tienen que ver con la soberanía nacional. Es difícil entender a qué se refiere con “la ciencia auténtica basada en nuestras tradiciones” y por qué descalifica lo que ella misma hace como “ciencia occidental” ya que no tiene utilidad inmediata para resolver los problemas de la pobreza en el país. Ojalá, aquella noche en el Zócalo de la Ciudad de México, Sr. Presidente, hubiera dicho: “me canso, ganso, que todas las tecnologías serán utilizadas para el bien del país, sin parcialidades o prejuicios”, y que “la cuarta transformación verdaderamente incorporará a la ciencia y la tecnología como uno de los motores del bienestar económico y social del país”.
La nota representa exclusivamente mi opinión y no es responsabilidad del CCC
El presente texto fue difundido en el sitio Web del Consejo Consultivo de Ciencias
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